Rafa

Julia Pardo, 2011

Querida María José:

Si estás leyendo esto, es que muy probablemente hoy sea tu cumpleaños… y, ¿sabes? Es posible que otros días, en otros momentos vuelvas a releer las aportaciones que hemos hecho todos y así tendrás un cumpleaños perpetuum mobile…

Es curioso que en las incontables veces que nos hemos comunicado, y diría que en un 98% ha sido por escrito por diferentes medios, nunca me han faltado las palabras pero ahora… ahora me faltan; y a lo mejor es tan sencillo como decir “Felicidades” o “Muchas felicidades”, y sin embargo, siento que quedan en el tintero de mi alma muchas cosas que decir…

Como te considero persona exigente, he tenido que cavilar mucho para encontrar un regalo digno de tu persona… tenía que ser algo muy, muy especial; y tras mucho pensar, hay una serie de palabras que vienen a mí y que piden a gritos que haga una de las cosas que mejor sé hacer: contar historias.

Podría empezar con un clásico “Había una vez” o, quizás, con un convencional “Érase una vez”…

Pero claro, tu paladar literario merece más esfuerzo, así que vamos que tener que pensar en algo radicalmente diferente… pero, ¿qué?

Así, como quien no quiere la cosa, podríamos jugar a ser dioses y recrear la historia a nuestra conveniencia… jugar a ser titanes y crear nuevas leyendas…

Debo decirte que he contado con la colaboración inestimable de mi hija Júlia, que ha querido regalarte el dibujo que acompaña al texto que te he escrito; para Júlia eres una seguidora de su blog muy querida…

“En el año 314 de la Hégira, nuestro señor Hakim, Rey de Al-Mariyya Bayāna, acabó de edificar su residencia dentro de la Alcazaba. Desde sus torreones se podía divisar la población, a sus pies, y más allá, el azul intenso y límpido del mar…

El mar… El mar trajo su mayor alegría y, al mismo tiempo, su mayor desgracia.

A nuestro señor, todopoderoso, sólo le estaba vedada una cosa…

El corazón de una mujer; pero no de cualquier mujer, sino de una princesa cristiana, de nombre María, de ojos de tan claros casi transparentes; de dientes perfectos que adornaban su sonrisa como pequeñas perlas; de piel de tan clara casi translúcida; de apariencia engañosamente frágil; de movimientos felinos y elegantes, con un solo gesto hubiera podido parar una carga de caballería… y con una sonrisa, capaz de enamorar a un roble.

María llegó como esclava en un bajel corsario, y cuando la bajaron a puerto y la llevaron al zoco, Hakim, que en aquel momento estaba allí, quedó prendado del porte y belleza de la princesa.

Pero, ¡ay!, María agradeció su rescate con solemne desdén, y rechazó todos los intentos amistosos de Hakim para hablar con ella…

María prefería hablar con los sabios, y pidió y le concedieron palomas mensajeras para poder enviar mensajes a los hombres de ciencia que habitaban en aquel momento Qart-tuba; su agradecimiento a Hakim quedó reflejado en un despectivo mohín.

La correspondencia entre María y los hombres sabios era muy intensa… de tanto en tanto, recalaban navíos con textos de los mejores pensadores de Damasco, y caravanas que portaban preciosos libros escritos por árabes, judíos y cristianos.

Algunos de los libros más secretos y oscuros, como la Torá, o el Haggadah, ediciones lujosamente repujadas del Al-Quran, clásicos griegos y romanos: Homero, Herodoto, Plinio, Séneca…

Las palomas no tan sólo viajaban a Qart-tuba; iban lejos, mucho más lejos, incluso llegaban a lugares tan exóticos como un pequeño enclave cristiano denominado la Marca Hispánica…

Cierto es que María es feliz en contacto con sus libros, y con sus conversaciones que se completan en meses mediante palomas mensajeras, ya que no puede salir de la Alcazaba y ningún hombre, excepto Hakim, puede acercarse a ella; más por el contrario, piensa que no sabe lo que daría por poder conversar, cara a cara, con algunos de los autores con los que intercambia mensajes.

Así que a María, poco a poco, las mujeres y los eunucos la empezaron a llamar “la princesa de los ojos tristes”… condenada a permanecer, para siempre, al lado de alguien a quien detestaba.

Pensó, sin duda, en quitarse la vida, tanta era su desesperación; pero su fe y su sed de saber compensaban el delicado equilibrio de su mente… a pesar de todo, saberse al lado de alguien a quien despreciaba con todas sus fuerzas hizo que poco a poco se recluyera en sus estancias, sin apenas salir, por no coincidir con Hakim.

Hakim, a su vez, estaba enamorado, pero no ciego… sus intentos de acercamiento habían resultado infructuosos… ya piensa en repudiarla, incluso en ejecutarla, pero cuando reflexiona, puede más su amor, el saberse afortunado por estar al lado de semejante criatura, a pesar del desprecio y del desdén más evidentes, que del escarnio y la vergüenza que delante de sus pares teme sentir por no haber podido doblegar a la princesa cristiana.

Y así pasan los días…

Un día, Hakim manda llamar a María; al cabo de un rato, ésta se presenta delante de él, y tras inclinarse e intercambiar los saludos de rigor, el Rey le pregunta:

-Princesa, ¿tenéis idea de por qué os he mandado llamar?
-No, Majestad; pienso que quizás es por que os complace mi presencia –dijo con semblante entre serio y grave.
-También, princesa, pero el motivo es otro: sabed que estoy enfermo; según mis médicos, gravemente enfermo.
-No sabe cuánto lo siento, Majestad.
-Mis médicos dicen que moriré, sin remisión; que no existe remedio para lo que tengo; que me apagaré como una vela entre atroces sufrimientos.
-¿Qué puedo hacer para ayudaros?
-¿Ayudarme? Cuidad vuestra lengua, princesa…
-Disculpadme pues señor, está claro que no me habéis entendido: ayudaros para sanaros, por supuesto…
-He pensado que vos, con toda la correspondencia y libros que recibís, quizás tengáis o sepáis algo que mis médicos no saben.
-Esta bien. Explicadme, Majestad, cuál es el mal que os aqueja.
-Me ha salido una mancha en la piel de la espalda…
-Dejadme ver…
-Me pica y ha habido veces que me sangra…

Hakim retiró parte de la túnica y María vio una mancha, irregular, negra como el carbón, en la espalda, ligeramente por encima del omoplato izquierdo.

-Debo mirar los libros, gran Hakim… mañana a esta hora tendrá mi respuesta.
-Te daré lo que quieras, lo que me pidas si me curas.
-Sólo deseo una cosa: la libertad.

Se dibujó en la cara de Hakim una mueca de contrariedad, pero rápidamente se dominó.

-¡Sea!
-Hasta mañana, gran Hakim.

María pasó toda la noche entre libros y pergaminos… en todos se hablaba de que era un estado irreversible, con la excepción de un rollo, de origen judío, que relataba una intervención con una enfermedad parecida.

Sólo encontró un caso así en toda la literatura que tenía a su alcance.

El rollo, en suma, lo que decía era que se tenia que eliminar, con un cuchillo muy afilado, llevado al rojo, recortando dejando una distancia con la lesión de una centésima parte de un pie romano.

El rollo añadía que no era garantía de supervivencia, pero que algunas veces había dado buen resultado.

Así que María se dispuso a comunicar a Hakim lo que había descubierto.

-Majestad…
-¡Princesa! Por favor, acercaos…
-He encontrado un rollo de origen judío donde explica qué se debe hacer para curar su enfermedad.
-¡Perfecto! ¿Qué dice?

Tras escuchar la explicación de María, Hakim estaba lívido de furor.

-Princesa, según parece el único modo de curarme es que vos juguéis con un cuchillo hurgando en mi espalda, ¿no es así?
-Majestad, no es jugar; debemos eliminar esa mancha…
-… elminándome a mí de paso…
-Le propongo una cosa: yo voy a eliminar esa mancha. Ponga vuestra majestad un soldado con instrucciones de atravesarme con su espada si considera que le hago algo que no es correcto. Si su Majestad muere, me puede cortar la cabeza él mismo.
-Está bien, ¡acepto!
-Necesito que traigan tres botellas de arak, el puñal más afilado que tengan y un cuenco con brasas… Majestad, debe beberse dos botellas de arak…
-Vaya… ¿pero hay tres botellas, no?
-La tercera nos servirá para limpiar la espalda…
-De acuerdo… - y sin mediar palabra, Hakim empezó a beber a gollete las botellas de arak… en la primera botella Hakim bebía más despacio, y en la segunda botella mucho más deprisa.

Ya sus ojos estaban vidriosos, somnolientos, así que María pidió que Hakim se estirara en la mesa de la estancia donde estaban, y mandó a los soldados que estaban en la estancia que lo ataran de pies y manos a las patas de la mesa, y además que lo ataran por la cintura a la mesa.

Una vez inmovilizado, y procurando no hacer ningún movimiento agresivo, María descubrió la zona de la espalda donde se hallaba la mancha, y procedió a extender con un jirón de ropa limpia el arak por la espalda.

Pidió y obtuvo más trapos para enjugar la sangre que previsiblemente saldría tras eliminar la mancha, y se preparó para actuar.

Exigió que el recipiente con las brasas estuviera justo a su derecha, e introdujo el puñal para empezar a calentarlo hasta llevarlo al rojo.

Según se especificaba en el rollo, usar un puñal al rojo permitía cortar y cauterizar al mismo tiempo… rezó una muda oración a ese Dios que una vez la abandonó dejándola en manos de los corsarios, abrió los ojos, tomó firmemente el puñal, y empezó a cortar la carne para poder extraer la zona de la mancha…

Hakim profirió un aullido, así que María pidió que le dieran un pedazo de madera para que pudiera morder, y siguió cortando.

Con la mano izquierda y un jirón de tejido de algodón, iba enjugando la sangre, mientras que el puñal descansaba entre las brasas para adquirir de nuevo la temperatura adecuada…

Tras un largo rato, María decidió que la mancha y la carne adyacente ya habían sido extraídas, con lo que, tras vaciar el resto de la botella de arak sobre el boquete de la espalda de Hakim, y con ropa limpia, aplicó un vendaje en la zona dañada…

Al cabo de unas horas, Hakim despertó…

-Me duele la espalda…
-Majestad, he tenido que cortar la carne de alrededor y por debajo de la mancha; en unos días estará lo suficientemente cicatrizada la herida como para retirar el vendaje; y en breve podrá reanudar vuestra actividad normal…
-Pues bien, cuando me retiren el vendaje hablaremos de vuestra recompensa..
-¡Qué así sea!

Pasaron unos días, y las previsiones de María se cumplieron: Hakim mejoró, se pudo retirar el vendaje y recuperó su actividad habitual…

Hakim mandó llamar a María.

-Princesa…
-Majestad…
-Os debo la vida. Soy hombre de palabra: pedid lo que deseéis, que os será concedido.
-Majestad…
-¿Ya lo habéis pensado?
-Sí, por supuesto, es un viejo anhelo…
-Vos diréis…
-Majestad, deseo mi libertad.
-¡Vuestra libertad!

A Hakim los ojos se le anegaron de lágrimas…

-Soy… soy hombre de palabra; os concedo la libertad, princesa…

Por primera vez desde que llegó a la Alcazaba, María sonrió.

-Necesitaré un corcel, provisiones y oro…
-Los tendrá… y necesitará una escolta: un destacamento hasam, mis mejores soldados, la escoltarán allá donde vaya.
-Iré a Qart-tuba…
-Princesa…
-Majestad…
-Volved cuando queráis, este palacio es vuestra casa.
-Volveré, pero sabed que mi casa está en todas partes y, al mismo tiempo, en ninguna. Y ahora, dispensadme, pero debo partir.
-¡Que tengáis un buen viaje! ¡Que Alá sea misericordioso y os proteja!

María partió de la Alcazaba de Al-Mariyya Bayāna, sin mirar atrás, en dirección hacia Qart-tuba… poco a poco, su silueta se fue difuminando, permaneciendo en la retina de Hakim la imagen, primero, de su capa blanca ondeando al viento, y más tarde, la del polvo del camino levantado por María y su escolta…”

Espero que hayas disfrutado de este relato, de este humilde regalo tanto como Júlia ha disfrutado haciéndote el dibujo y yo construyendo esta fábula sobre una dermatóloga aficionada del siglo X…. ☺

Que tengas un gran día.

¡Un besazo, campeona!

Rafa
@rafael_pardo